jueves, 12 de abril de 2012

Fuentes para el estudio de la historia africana (2): Fuentes orales

La memoria oral es una fuente a menudo desdeñada que, sin embargo, presenta una validez histórica que conviene no ignorar. Las fuentes orales son generalmente menos precisas que las escritas y deben acompañarse de otras fuentes que las apuntalen.  Aun así, la cuestión no es saber si es válida o no, o si goza o no de apoyos exteriores, sino conocer el método preciso que hay que adoptar para el estudio de las tradiciones y seleccionar, del modo más seguro, las que sean dignas de servir de fuentes históricas.

El principal problema de estas fuentes, sin duda las más antiguas que existen, -¿Acaso no fue antes la palabra hablada que escrita?- es definir aquello que narran cronológicamente, enmarcar la información en un escenario temporal concreto. Con excepción de los listados genealógicos monárquicos, los textos orales africanos se caracterizan por su aparente atemporalidad, debido principalmente a su función social ejemplificadora. Por lo tanto, tal y como dice Iniesta, una de las tareas del historiador es resituar en un contexto sociohistórico cada uno de esos grandes supervivientes de la tradición africana.

Hablemos ahora de algunas nociones interesantes que conviene tener presentes cuando hablamos de esta memoria oral*.

Sunyata o la epopeya mandinga
de Djibril Jamsir Niane
Se calcula que la memoria oral tiene un alcance de unos doscientos años. Sin embargo, la transmisión de un mito puede durar mil años (como ocurre con Sunyata Keita).
En África, existe una tendencia a recordar individualmente a los reyes de estados, pero el orden en que son recordados puede no ser cronológico. Hay algunos casos en los que incluso se les puede atribuir victorias, acciones y sucesos que engrandecen su figura y que no fueron obra suya. Es decir, se atribuyen a ciertos reyes acciones venerables que hicieron otros.
Un ejemplo de esto es Da Monzon Diarra, rey de Segu. En “L’Épopée de Segu” de Adame Bá Konaré, se nos explica cómo un personaje lamentable –el mencionado Monzon Diarra- pudo mantenerse en el poder y en el gobierno recurriendo a trampas, engaños y ardides maliciosos. Esto sugiere la siguiente pregunta: ¿Por qué tenemos más información de este rey que de reyes anteriores que fueron realmente más notables que él? La explicación la encontramos en la sociedad africana de entonces, donde había personas, personajes históricos en este caso, que se convertían en receptáculos de hechos.  A ellos todo se les atribuía. Tengamos en cuenta que en 1800 el poder se mantenía poniendo en práctica valores indignos y negativos, algo que no pasaba en época clásica y que, por ello, las hazañas de Sunyata Keita son recordadas con un ánimo diferente. El recuerdo de Sunyata es grato entre los  descendientes de su pueblo. Sacó a los campesinos de sus campos, los elevó a la columna militar y creó un gran imperio. Además, su figura acumulaba valores tales como la amistad, la integridad y un potencial mágico que utilizaba positivamente.

Griot wolof con su kora,
Dakar, 1910
Entre los cuidadores y transmisores de la palabra, aquellos que conocen la historia y la enseñan, aquellos que sacan las lecciones del pasado que creen convenientes, existen dos alas:
1. Griot: quién explica y canta. El narrador. Acompañan sus narraciones con música de cuerda o percusión suave (balafong-la, kora). Eran un “saco de palabras”, guardaban la verdad y solo la ofrecían cuando la persona que los escuchaba podía aprovechar esos conocimientos. La verdad, pues, era selectiva en sus destinatarios; algunos no podían entenderla o podían hacer un mal uso de ella.
2. Bëlën Tigui: depositarios de Kuma. Son quienes mejor preservan la tradición oral. Algunos autores han trabajado en torno a ellos: Camara Laye, Amadou Hampaté Bâ o Djibril Jamsir Niane, son algunos ejemplos.

Como estamos viendo, tenemos que abandonar nuevamente nuestras ideas preconcebidas y nuestros prejuicios acerca de la tradición oral. Los textos orales no son diferentes de los escritos; tienen los mismos defectos y las mismas virtudes (con muchas salvedades y excepciones, por supuesto).

Llegados a este punto, es interesante dedicar algunas líneas a la visión que los africanos han tenido de las bibliotecas. El hecho de almacenar el conocimiento en lugares específicos al que todos pudieran recurrir es una idea que choca con el tema que hemos visto anteriormente sobre la transmisión selectiva de la verdad (no todo el mundo es capaz de entender los textos o de aprovecharlos de manera bienintencionada). En la concepción africana, la gente no preparada, ética y moralmente, no podía acceder a cierta información porque el uso que harían de ella podría llegar a ser catastrófico. Nadie debería acceder a conocimiento si no está cualificado, sobre todo moralmente.
Por todo esto, los Bëlën Tigui preservaban celosamente sus saberes y se ponían fuera del control directo de los poderes centrales, instalándose en muchas ocasiones en intersecciones entre diferentes poderes. Esto sucedió después de la época clásica, la de los grande imperios, cuando a los jefes se les transmitía con total seguridad estos conocimientos. La llegada de los europeos y la posterior militarización de las sociedades africanas acabó parcialmente con este hecho. 



En conclusión, la memoria oral es muy válida siempre y cuando sepamos abordarla. Existen trabajos que han plasmado algunas de estas tradiciones, sin embargo, el paso de los años nos ha ido privando de aquellas personas que guardaban los secretos del pasado africano.

«En África, cuando muere un anciano, se quema una biblioteca» Amadou Hampaté Bâ.


Amadou Hampaté Bâ














* La información que sigue a este párrafo proviene de las clases de Ferran Iniesta en la asignatura Historia de África del grado de Historia en la Universidad de Barcelona.



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